viernes, 4 de octubre de 2013

Problemas en los Pech

Estaban comiendo un estofado de albóndigas, ¿estaba rico? Supongo que sí.
-          Creo que le falta sal – se quejó Emma Pech
-          Mmm para mi está perfecto- dijo Christoph Pech – está bien madre, sigue siendo el mejor estofado que he probado
-          Es el único estofado que has probado- dijo su hermana, Sascha Pech , en un tono retador
-          No le faltes el respeto a tu madre-dijo la voz grave de Dominik Pech, su padre, metiéndose un pedazo de albóndiga a la boca
Siguieron comiendo tranquilamente, Sascha hacía gestos extraños al comer. Su madre se paró en seco, caminó hacia el estante y volvió con el pocillo de sal en la mano.
-          Échate – dijo su madre y puso el salero fuertemente en la mesa causando un sonido en seco
Sascha se sobresaltó cogió por impulso el salero y al echarse se le escapó de las manos, haciendo desparramar la sal sobre el mantel
-          Ah,  no sé, tú lo limpias-dijo
-          Papaá – refunfuñó  Sascha
En ese momento, la puerta se abrió de un golpe, todos voltearon la cabeza para ver qué pasaba. Alexander Pech entro a la cocina repentinamente, puso sus manos sobre la mesa con una pálida expresión. Miró a su padre, y el padre le devolvió la mirada.
-          No puede ser- dijo Dominik con voz quebrada- tan, ¿¡tan rápido!?
Alexander asintió levemente con la cabeza y se escuchó un leve gemido de Emma.
La expresión del padre cambio repentinamente, y frunció el ceño si decir ni una palabra se levantó de su silla y con una profunda mirada se fue caminando pausadamente hacia su habitación.
-          Mamá ¿Qué está pasando?-pregunto Sascha dejando el tenedor a un lado.
No hubo respuesta.
-          ¿Alexander?, dime-exigió
-          No hay mucho tiempo, tienen que apurarse- dijo y salió de la cocina sin responder.
Traspirando se dirigió a las escaleras y las subió lo más rápido posible pero a la vez lo más silencioso.
-          Sascha, anda a … hacer las maletas, dijo la madre en voz monótona, levantándose de la silla, como si hubiera estado sentada allí toda una eternidad
-          ¿¡AAh!? ¿Qué? ¿¡Por qué!?- grito Sascha
El cuerpo tembloroso de Emma no pudo sujetarse más de la silla y cayó al suelo inconsciente
-          ¡Mamá!- gritó Christoph parándose de un salto y corriendo hacia ella para ayudarla a levantarse- ¡Sascha! ¡Has lo que te dice! ¡No causes más problemas!
Sascha muda por la impresión camino hasta la baranda de las escaleras, y antes de subirlas voltio a mirar a su madre.
Dominik Pech sabía que tenía que hacer: buscar el papel con la llave. Sí. El papel con la dirección, y la llave de plata. Pero, ¿¡dónde demonios estaba!? Dominik abrió por tercera vez el cajón de su cómoda de madera caoba y rebuscó entre sus prendas de dormir. No estaban ahí. ¿Dónde demonios las había puesto?
Emma se levantó casi al instante, cogió la mano de su hijo y le dio un apretón.
-          Tú también anda  a hacer las maletas, no hay tiempo- le dijo – anda, apúrate. Nada pesado, vamos a tener que caminar
A donde irían…, Cristoph no lo sabía. Miró con extrañeza a su madre, pero leyó la situación. Se limitó a asentir e ir rápidamente hacia las escaleras para subir a su habitación. Una vez dentro, encontró a Alexander  maldiciendo a alguien mientras se paseaba  de un extremo a otro del cuarto... Mirando una y otra vez por la ventana.  Trataba de  secarse el sudor con la manga de la camisa. Christoph no le hizo caso,  el solo obedecía a su madre, aunque tenía muchas preguntas se quedó callado.
-          ¡Unirse a la Resistencia, después de haber si do uno de ellos! ¿en que estaba  pensando?
Cristoph  se quedó helado y miro con los ojos atónitos a su hermano, quien  paro de caminar por unos segundos y volvió a retomar el paso.
-          Sigue guardando tus cosas- dijo Alexander - luego te cuento todo
-          Pero…- respondió- Todo esto…  ¿quiere decir que él está-
-          No lo sé
-          Si lo esta
-          No
-          ¡Si lo está!, entonces, ¿ por qué tendríamos que-
Se escuchó el sonido de un vehículo acercarse y estacionarse en los asfaltos de la calle. El color de Alexander Pech cambio a un blanco pálido, corrió la cortina y se asomó.
-          Cristoph, anda a buscar a mama y a Sascha - susurró espantado- Son ellos

 Como si estuviera hablando con sí misma,  Emma se dirigió a la despensa y en un bolso  empezó aguardar comida enlatada, un trozo de queso,  pan,  pepinillos, todo lo que fuera comestible.  Gracias a Dios que Alexander había venido a tiempo, eso fue lo que pensaba cuando una mano le agarró del brazo con fuerza.
-          ¡Mamá!- dijo Cristoph
-          ¡Dios! ¡Me has asustado!-respondió ella – mira, has hecho que se me caiga el pan…
-          Mama, escúchame, han venido, ya están aquí. Acaban de estacionarse afuera, Alexander los acaba de ver
Emma se quedó tiesa, recogió el bolso con la comida dentro y agarro la mano de su hijo.
-          ¿Dónde está tu hermana?-pregunto mientras se dirigía a la sala
-          Aquí estoy- dijo una  vocecita detrás de ellos
-          ¿Dónde está tu padre?
-          Alexander ha ido a buscarlo
Dominik también había escuchado el motor del carro, seguía buscando por todos los cajones que había pero, sus esfuerzos por encontrar el papel habían sido inútiles y su excesiva confianza en los empleados de la casa había ido al tacho.  Se abrió la puerta de un golpe y Alexander entro.
-          ¿No lo has encontrado verdad?- pregunto
-          No, maldición, los judíos que teníamos se lo llevaron
-          Eso supuse… ¿Qué vamos a hacer?
-          Dios mío, no tengo ni idea
Los golpes en la puerta eran más duros y frecuentes  
-          ¡Abran! , ¡Es una orden de la Policía Secreta del Estado!
Padre e hijo bajaron las escaleras de tres en tres hasta llegar donde Emma, Sascha y Cristopher. Los tres estaban llorosos. Se abrazaron y se mintieron entre ellos
-          Todo va a estar bien cielo, no te preocupes
-          Abriré la puerta- dijo Emma
-          No, lo hare yo-dijo Dominik
Se acercó y movió lentamente la manija dorada .Un hombre empujo  la puerta con violencia, llevaba un uniforme con el emblema de águila encima del símbolo Partido Nacional socialista Obrero Alemán  
-          ¿Es usted pariente de Derek Pech?- pregunto el oficial
-          Sí, soy su padre, ¿necesita algo?-
El hombre escupió a los pies de Dominik
-          Usted está arrestado por traición- dijo golpeándolo en el estómago.
-          No – dijo en un gemido-  he hecho nada
Lo llevaron hasta uno de los carros, abrieron la puerta y lo empujaron hacia dentro.
-          Usted tiene suerte-le dijo el oficial sonriendo cerrando la puerta
Otros uniformados entraron a la casa. Sascha temblaba y lloraba, apretaba con fuerza la mano derecha de su madre y la izquierda con la de su hermano Cristoph. Alexander se paró delante ellos. Los hombres patearon y escupieron a Alexander
-          No merecen tener sangre aria
-          Inmundos
-          Traidores
Alexander se defendía como podía, Emma lloraba y apretaba con más fuerza las manos de sus otros hijos y los trataba de poner detrás de ella.
-          Ustedes también- dijo un oficial de ojos celeste electrizante
-          ¡Mis hijos no! Por favor
Los obligaron a caminar hacia afuera. Ya no se cogían las manos. Y una vez afuera los forzaron a arrodillarse.
-          Dios mío, dios mío- no dejaba de repetir Emma- Padre nuestro que estas…
-          ¿Mamá… que nos van a hacer?
-          Calla – dijo Cristoph tomándole la mano de nuevo
-          Todo… va a estar bien- gimió Alexander
Dominik Pech estaba sentado en la parte de atrás del carro, sudaba y temblaba. Había un hombre vigilando que lo miraba asqueado. La puerta del vehículo se abrió y entro el oficial.
-          Ya, vámonos- le dijo al chofer
-          Sí, señor-respondió
El carro prendió, y avanzó unos cuantos metros. Se escucharon cuatro disparos a lo lejos.
-          ¿Ves? -exclamó el hombre prendiendo un cigarro- te dije que hoy tendrías buena suerte

martes, 1 de octubre de 2013

lgo inesperado

Una familia estaba en rumbo a Disney World. Cuando llegaron al estacionamiento de al frente se estacionaron para no perder el tiempo. En eso todos bajaron del auto y el niño, como era curioso, se quedó caminando, ya que el paisaje le fascinaba. El padre al voltear no vio a su hijo, ya que la gente caminaba por donde estaba él, porque era una de las entradas principales para entrar a los parques. Su familia estaba mal y asustada, ya que para ellos un segundo era como varias horas en las cuales no encontraban al niño. El niño siguió caminando, pero no encontró a nadie, porque a medida que pasaba el tiempo la gente se iba.Él pensó en su familia, ya que estaba muy asustado y se sentía solo. De pronto, pensó en una posibilidad, que era encontrar el camino que no era muy fácil, pues habían muchos obstáculos. También pensó en encontrar a un personal de servicio para que lo guíe por el camino. Sin embargo, quiso regresar al lugar donde se encontraba el auto de su padre, ya que pensaba que sus padres lo iban a encontrar ahí.Los padres muy desesperados no podían creer lo que estaba pasando y estaban en shock. Pedro, el niño, decidió irse del lugar en donde estaba , porque no daba ningún resultado.La hermana, en cambio, estaba más serena, porque creía que todo era solo un juego de su hermano para asustarlos. Cuando la hermana dijo eso, los padres comenzaron a discutir con ella, porque estaba muy tranquila. Como estaba muy solo y cada vez se asustaba más, de repente, entró en depresión y comenzó a llorar fuertemente. Pensó muchas veces que su padre no lo iba a recoger y muchas otras cosas horribles. Su familia no lo encontraba, por lo que decidieron ir a buscar ayuda cercana, pero todos ya se habían marchado a los parques. En eso, Pedro vió a un personal de servicio y lo llamó suavemente, pero como no tenía fuerzas no fue escuchado y decidió echarse un rato a descansar. Luego, se levantó y se fue caminando, pero esta vez ya sabía a donde ir. La familia ya estaba un poco más tranquila , porque pensaban que estaban en el refugio, que es el lugar donde están todos los niños perdidos. La hermana los seguía consolando con sus hermosas y cálidas palabras de que estaba allí. Los padres en u camino al refugio se encontraron a un policía y le preguntaron si había visto a Pedro. Él les contestó que no y los padres se preocuparon el doble que antes. Pedro vió al mismo policía , lo llamó, y para su suerte si fue escuchado, el policía fue hacia él. Luego, lo llevó a la comisaría y le dió agua y comida , porque estaba muy cansado. Finalmente, la familia lo encontró y cada uno de los miembros lo abrazo fuertemente. Fueron a los parque y ese fue el mejor día que pasaron.

¿Quién soy?

Hoy es un día cálido y brillante. Con mi familia decidimos pasar el día en la playa. Me encuentro lo más cerca posible de la orilla del mar, pero a la vez lo más alejada que puedo de los niños y sus castillos de arena, que evitan la tranquilidad que deseo. Para ser más exacta, estoy a 3 metros de donde rompen las olas. Según yo, el lugar más pasivo que hay, sin correr el riesgo de ahogarme o ser interrumpida.
La brisa del mar, sus suaves movimientos, me hacen encontrarme en un ambiente completo de paz. Me voy de un lado al otro, completamente libre. Las ligeras olas que revientan en mi espalda, el molusco que siento al poner la planta de mi pie en el fondo, esa alga que cruza rozando mi mano, tanto relajo, estoy flotando.
Abro mis ojos, un cegante resplandor me hace cerrarlos de nuevo.  Parpadeo, miro a la izquierda, niños jugando, miro a la derecha…  Mucho antes de cerrar mis ojos nuevamente, granitos de arena me impiden cerrarlos por mucho tiempo, abrirlos es mi única opción. ¿Dónde estoy? No paro de dar vueltas, solo veo verde. Me golpeo con el suelo. Respiro agua.
Me tomo un tiempo darme cuenta que me revolcó una ola. Nada bonito. Respiro y siento aire.  Abro los ojos, pero no veo el cielo. Solo caras de pequeños niños, mirándome desconcertados. ¿Por qué me miran? Me senté de inmediato y esos niños que no se movían se empezaron a esparcir e irse. No me quejo. Puse mis manos a los costados, me costó un poco levantarme. Sentí el mar en mis pies, me quede un rato contemplando el ir y venir del agua. Finalmente, me paré. Estaba temblorosa, no sé por qué. Los pies se me hundían en la arena, caminar cuesta arriba hasta las sombrillas, fue todo un reto. Caminar en diagonal, tampoco me lo simplificó.
Me senté en la banca, me recosté, parpadeé, y me di cuenta que tenía mucha arena en los ojos, en la boca y en los oídos. Empecé a toser y toser. La arena se me pegó en la lengua.
-¡Hijita! Estoy yendo con tu tía a almorzar, anda cuando termines de quitarte toda esa arena.
Esa señora me tocó el hombro. La mire, y le quite la mano de ahí.
-Creo que se confundió de persona.
-Pero ¿qué dices? Deja de decir tonterías, anda a comer.
Simplemente me pare de donde estaba, volteé hacia ella, la mire con ojos saltones y me fui. Camine, paré, gire la cabeza y la señora me veía desconcertada. Pensándolo mejor, yo no suelo tomar esa actitud ante personas, sobretodo desconocidas. Ya no podía hacer nada, ya estaba hecho, pedir disculpas estaba de más. Bruscamente di unos grandes pasos, estaba mareada. ¿Será el sol? Probablemente.
-¡Annia! ¡No me ignores, y ven!
Una señora desesperada, es una de las miles que hay.
-¡Annia!
¿Por qué esa  Annia no le hace caso a su mamá? Me di la vuelta y la que gritaba era la señora de antes, me miraba a mí. Esto explica todo, cree que soy Annia. Pobre señora, estará mal de la cabeza.
Me dirigí hacia ella. ¿Tanto me parecía a esa tal Annia? Me detuve frente de ella y hablé:
-Señora, lamento mucho que no vea bien. No soy Annia.
Esto último que dije la dejó desconcertada y con cara de preocupación. Emitió una nerviosa y media sonrisa. Trató de reírse, pero lo único que salió de su boca fueron unos balbuceos:
-Pero, niña… entonces ¿cómo te llamas?
Esa pregunta me hizo pensar mucho… ¿Cómo me llamo? Una pregunta fácil, una pregunta que no implica analizar nada, que no debería demostrar nerviosismo. ¿Cómo me llamo? No lo sé.
-¿Quién eres?
La señora me ha metido en un lío. ¿Cómo me llamo? ¿Quién soy? ¿Quiénes son mis padres? Ni un recuerdo se me viene a la mente. ¿Dónde vivo? ¿Cuántos años tengo? ¿Cómo vine a la playa?...
-Niña, ¿me vas a responder o no?
Empecé a sudar ¿cómo no voy a recordar mi propio nombre? La arena era otro fastidio más.
-Annia, déjate de babosadas, no es gracioso. Anda a limpiarte, estas llena de arena, tu tía ya está en el restaurante desde hace ya bastante rato.
-Pero no soy Annia…
-Me ves cara de tonta, casi me la haces, casi me la haces, ¿tú crees que no voy a poder reconocer a mi propia hija? Si tu tía es el problema, te me comportas. No quiero uno más de tus caprichos. ¿A dónde querías llegar con todo esto?
¿Qué está pasando? ¿Será tal vez que esta señora, efectivamente es mi madre?
-¿Quién es usted, señora?
-¿Cómo que quien soy? Deja de bacilar y camina.
-¿Es mi madre?
Al parecer, el tono con el que le dije esta última pregunta, la preocupó un poco.
-Por supuesto que soy tu madre.
Me quede callada, eso motivo la preocupación de la señora. Si es mi madre, ¿por qué no me acuerdo de ella?
Traté de pensar, en el recuerdo más lejano que tuviera. Muchos niños mirándome estando tendida en la arena. Es decir, mi recuerdo más lejano es de hace unos instantes ¿Qué paso?
-¿Estas bien Annia? ¿Tienes fiebre?
-¿Cómo te llamas?
Ya no era broma, la señora estaba realmente nerviosa. Sacó su teléfono de su cartera y con las manos temblorosas marcó un número. No pudo evitar un par de lágrimas. Llamó a una tal: Carla. Ella venía con unos médicos.
Miré de nuevo a mi supuesta madre…
Desperté en un cuarto blanco en una camilla. Un señor  vino hacia mí, me sonrió y me hizo una serie de preguntas:
-¿Cómo te llamas?
Estas preguntas que me hacen la cabeza explota,r continúan.
-No lo sé.
-¿Sabes cuántos años tienes?
-No.
Seguimos así un tiempo más. La conclusión sería que cabe la posibilidad que una ola me haya golpeado, ya que lo único que recuerdo es estar en la orilla del mar, llena de arena. A causa de esto, he perdido la memoria.

Escrito por: Estefanía Papi

Recuerdo o perdición

Hoy se cumplen dos meses desde la muerte de mi madre. En este momento debería estar en el cementerio dejándole flores y disculpándome por no estar con ella al morir, pero el destino está en mi contra, ayer me chocaron y mi auto está en el taller.
Me desperté en la mañana con lágrimas en los ojos. Había soñado con ella de nuevo. Volteo hacia mi mesa de noche para ver la hora. Me levanté casi una hora antes de que suene la alarma. Y ya no voy a poder dormir. Decido tomar una ducha para aprovechar el tiempo. Pasados veinte minutos en el agua ya me siento capaz para enfrentar un nuevo día, por más que no sea un día cualquiera. Trato de buscar algo decente que ponerme para ocultar mi estado de ánimo. Detesto que la gente pregunte como me siento, aunque más detesto el no poder controlarlo.
No sé cómo pasó el tiempo tan rápido, pero ya me encuentro tarde para mis clases. Me pongo el collar y luego observo el resultado frente al espejo. Colgando del marco está la foto que tengo con mi madre. Ella estaba tan feliz. Recuerdo su amor por las fotos, siempre que podía se tomaba una. Puede ser que ahora la entienda porque ahora significan más recuerdos para mí.
Después de mi mañana reflexiva, llegué a la universidad. Para variar, llegué tarde. Corrí por el pasillo esperando que el profesor se haya demorado también. Lo veo doblando la esquina con una pila de libros, suspiro aliviada y me doy cuenta de que no tengo el collar, así que regreso sobre mis pasos con el fin de encontrarlo. Lo recojo del piso y renuevo mi camino hacia el salón. Cuando llego, el profesor  me cierra la puerta en la cara. Mi día no podía mejorar. Para concordar con mi desastroso día, las semanas siguientes fueron igual de malas. Para colmo de males, se perdió mi collar. Simplemente desapareció. Ni recuerdo habérmelo sacado en algún momento.
Me he dado cuenta que mi mamá me ha estado haciendo bastante falta.Al parecer, mi familia lo comenzó a notar también, porque mi abuela me estuvo visitando casi a diario.Ella es la única persona que parece entenderme.Sus consejos me ayudan mucho.Hasta podría decir que sus consejos me han ayudado a sobrellevar la situación,Los días fueron mejorando drásticamente.
Mi tía estaba feliz porque todo había mejorado.Ella siempre estuvo preocupada por mi situación auqneu no me gusta admitirlo.Un día de estos, ella nos invitó a cenar en su casa.Invitó a toda la familia, mi abuela y mis primos incluidos.A la hora de sentarnos en la mesa, mi abuela nos comenó a servir la comida. Al servir los refrescos, de repente se le cayó la jarra.Comenzó a ponerse pálida y tuvieron que ayudarla.Nadie nunca había visto a la abula así y a todos nos preocupaba su estado.

Ella tuvo un par de episodios más en el transcurso de la semana.Siempre se le bajaba la presión por lo que se le hacía difícil mantenerse parada.       Para evitar mayores problemas se mudó temporalmente a la casa de mi tía,ahí la tenían bajo sus cuidados en todo momento, pero igual nos parecía muy extraño, ya que nunca había tenido problemas de salud.
Pasaban las semanas y la abuela no se mejoraba.Día tras día la víamos más trsite,más demacrada.Todos la apoyaban, pero parecía que a ella ya no le importaba seguir viviendo.Creíamos estar preparados para lo peor, pero cuando el momento llegó estábamos devastados.
El día del funeral tenía un clima de tensión.Ninguno de los asistentes podía creer lo sucedido.Cómo una ,ujner tan llena de vida pudo habernos dejado en un tiempo tan corto.En el momento de la despedida todos los nitos se acercaron a darle un último adiós a la abuela.Cuando mi turno llegó,las lágrimas ya corrían por mis mejillas.El ataúd aún estaba abierto y podíamos ver el cuerpo de mi abuela, pero al acercarme más, pude observar algo que brillaba en su pecho, era mi collar.
El collar estaba en su cuello.Mi mente aún estaba procesandoeso.¿Por qué lo tenía?¿En qué momento lo cogió?Estas preguntas que no podía contestar.En lo único que pensaba en ese momento, era en tener el collar en mis manos nuevamente,Y así lo hice.
Esperé a que todos salgan para que no me puedan ver. No fue muy difícil ya que yo era la última en despedirse. Cuando me aseguré de que ya nadie observaba, acerqué mi mano al cuello de mi difunta abuela. Cuidadosamente, moví el collar de manera que se pudiera desabrochar por el frente y lo saqué. El collar estaba en mis manos ahora. Era mío de nuevo y eso era lo único que me importaba.
En este momento, tengo la necesidad de explicar lo que significaba el collar para mí. El collar era lo único que me quedaba de mi mamá. Lo único que me dejó, por eso me importaba tanto. Y me sigue importando. Al tenerlo puesto siento que mi mamá me acompaña, a pesar de su repentina muerte. De alguna manera, tenerlo junto a mí me hace sentir mejor.
Unas semanas más pasaron como si nada. Mi vida volvió a lo ordinario. Sin mi abuela, mi vida volvió a lo que era antes. He comenzado a tomar pastillas para dormir, pero de todas maneras no logro conciliar el sueño. Todas las noches me quedo despierta porque siento que hay alguien observándome. Llegó a un punto en el que no podía dormir con la luz apagada, por eso la lámpara de mi cuarto siempre se encontraba prendida. Un día estaba en mi cama leyendo y se apagó la luz de pronto. Este suceso se repitió un par de veces más en la semana,  hasta que sentí la necesidad de contarle a alguien. Y la única persona que me quedaba era mi tía.
Al día siguiente llamé a su puerta y en menos de un minuto ella abrió. Parecía como si me estuviera esperando. Entré y me dijo que tomara asiento en el viejo sofá de su casa. Me preguntó por mi salud y cómo iban las cosas por mi vida. Le respondí con frases vagas y pocas palabras, decidiendo no contarle los extraños sucesos aún. Noté que tenía algo importante que decirme por los casi imperceptibles temblores en las manos y los pies que no podían quedarse quietos,    y traté de no encaminar la conversación por otro rumbo. Después de algunos diálogos más, en los que ella seguramente intentaba tomar valor para decirme la parte importante, me reveló que mi mamá tenía un diario, y que se lo había dado para que me lo entregara cuando haya superado su muerte. Me lo entregó con la delicadeza con la que mi mamá me lo daría, no sin antes decirme que ella no lo había leído por respetar la privacidad ajena. Inmediatamente sentí un gran peso en mis hombros. La vida entera de mi madre se encontraba allí. Todos sus relatos, sus pensamientos, su día a día. Por supuesto también me sentía halagada de poder tener acceso a su diario, pero era una gran responsabilidad.
Yo no sabía que ella tenía tanta confianza conmigo. Me había dado su diario y eso era realmente importante. Mi mamá siempre estuvo allí para mí, pero yo nunca la dejé entrar  a mi vida tanto. Comencé a pensar sobre esto cuando el médico nos dijo que había muerto de cáncer. Ella no me contó nada sobre su enfermedad. No le contó a nadie, en realidad. En nuestra familia nadie estaba enterado de esto antes de que falleciera. No me contó a mí, ni a nuestra familia, ni a sus amigos. ¿Cómo era eso posible? Cuando nos lo dijo el doctor, nos pareció ilógico. En ningún momento se nos hubiera ocurrido que una mujer como ella nos oculte semejante cosa. Siempre era tan optimista sobre todo, no entiendo por qué ni siquiera habría intentado sanarse.
Pasaron muchos días en los que ni pensé en abrir el diario. Mi mente estaba lidiando con otras cosas. Por qué siempre se apagaba la luz de mi cuarto, por ejemplo. Sabía que no era una falla eléctrica. Incluso había intentado cambiar el foco, repetidas veces. Otra cosa que me seguía sucediendo era sentir la constante mirada que me acompañaba por las noches. Traté de darle una solución a esto también, sin embargo, no se me ocurría nada. No entendía el por qué sucedía, para comenzar.
Después de un tiempo me acostumbré a esto. Ya no me parecía extraño. Un día de esos me decidí a abrir el diario de mi mamá, porque ya no la sentía más, aún si tenía el collar puesto.
Al comienzo el diario parecía bastante normal. Narraba sus días en la casa, pero luego, pasando las páginas, comenzaba a narrar sucesos bastante raros. Por parte la entendía, porque cosas raras también me sucedían a mí, pero lo que no entendía era como se lo guardaba para ella misma; hasta que entendí que ella no necesariamente se mantuvo callada respecto al tema.
 Lo que recuerdo del siguiente día fue comenzar a escribir mi propio diario. Un diario en el que no me limitaba a escribir pensamientos con sentido, ya que estaba segura de que nadie alguna vez lo leería. Uno que me sirviera como un lugar para vaciar todas las ideas que alguna vez pasaron por mi mente, ideas que prefería no leer en voz alta.
Estas pocas hojas, junto con un lápiz y el collar de mi mamá eran las únicas cosas que llevé conmigo a esta casa grande a la que me obligaron venir hace un tiempo. Esta casa tenía un aspecto muy distante desde afuera. No es que pudiera concentrarme en observar muy detalladamente la casa, con mi tía llorando en el carro que me trajo aquí. Mi tía estuvo mirando hacia la ventana durante el tiempo que duró el camino a la casa. En el reflejo de la ventana veía a una mujer dolida, quizás un poco arrepentida por algo que había hecho, no podía estar segura. Nunca me miró directamente a los ojos, sin embargo, me miraba de reojo cuando creía que yo no me daba cuenta. Al salir del carro, ella inmediatamente rompió en llanto. 
Después de ingresar a la casa, me hicieron entrar a un cuarto muy espacioso, pintado solamente de blanco. En el cuarto había una cama de fierro un poco muy pequeña y una mesa que fallaba en el intento de dar un poco más de calidez a la habitación. Cuando volteé en dirección a las personas que estaban detrás de mí, me encontré con la puerta del cuarto cerrada. Así fue como transcurrió mi primer día en la casa.
 Perdí la noción del tiempo en los días que le siguieron a ese. Siempre era la misma rutina. En las mañanas, las tardes y las noches ingresaba una persona a mi cuarto con comida, la cual no lucía muy apetecible. Cada cierto tiempo, una mujer vestida con una bata larga y blanca entraba con el fin de recoger las hojas de mi diario, a pesar de mi notable oposición a esto. Algunos días me dejaban salir al jardín o al patio. Eran pocas las veces que pasaba esto, pero muy gratificantes porque podía hablar con otras personas que también vivían en la casa.
Algunas veces veía a mi madre en el cuarto. La veía, sin embargo, como era antes de la última semana de vida que tuvo, siempre alegre y llena de vida. Ella siempre hablaba conmigo cuando me sentía sola y me arropaba las noches que no podía dormir. Siempre me acompañaba cuando más la necesitaba, recordándome como yo no estuve para ella cuando más me necesitó.