jueves, 27 de abril de 2017

Costal de tristes recuerdos


-Hermano,¡Qué bien que despertaste! Vamos a desayunar.
-No, ahora no. Aún no me siento bien después de lo del funeral.
-¿Estás seguro? Los médicos dijeron que te encontrarías perfectamente. Los medios dicen que se trató de un verdadero milagro.
-Ahora no me fastidies con eso, solo quiero descansar.
¿Es él?¿Realmente es él? Desde ese día que despertó y abrió ese ataúd, siento que verdaderamente él desapareció y comencé a vivir con otra persona. Físicamente es mi hermano, pero sinceramente no siento que sea él.

Necesitaba despejar mis pensamientos. Me dirigí al que solía ser el lugar favorito de mi padre, el estudio, que pasó a ser de mi hermano. Llegué, y me desplome en el sillón sin apartar la mirada de la fotografía de mis padres, “cómo los extraño” me decía a mi mismo. El despertar de mi hermano, por más irónico que pareciese, sólo había hecho que me sintiese más solo.

Me disponía a encender el computador y me di cuenta de algo muy extraño. Un cajón, que había permanecido cerrado desde la muerte de mis padres se encontraba abierto. Me puse a revisarlo y de alguna manera me sentí nervioso. Encontré desde viejas tarjetas de crédito hasta unas cuantas monedas antiguas. Pero lo más curioso fueron unos recibos que aparentaban ser recientes. Me dispuse leerlos. El que más llamó mi atención fue uno de un viaje desde Perú a Ecuador. No obstante, me sorprendió aún más encontrar en el reverso anotada la dirección de la casa en Ecuador de unos tíos lejanos, la  misma que solíamos frecuentar en las vacaciones. Luego de una exhaustiva búsqueda, encontré más recibos acerca de la compra de un carro e inmuebles con destino a esa misma dirección. No había duda que algo estaba pasando en esa casa. Así que me dispuse a iniciar un viaje. 

La casa es un lugar agradable, fue buena la idea del cambio de ambiente. La vida con mis tíos es distinta y extrañamente acogedora, más me siento mal por haber dejado a mi hermano. Espero que lo entienda, ya que es algo que debía haber hecho.

Ese día me sentía muy mal, me sentía abrumado y frustrado; era el momento una decisión para cambiar mi vida. Mi padre siempre me hablaba de la existencia de una persona igual a ti que vive en la otra parte del mundo. Esos supuestos “viajes de trabajo” verdaderamente los usé para ir por el mundo y buscar a mi otro yo, hasta que finalmente lo encontré. Es curioso que él fuese tan pobre, viniendo yo de una familia con mucha influencia y adinerada. 

Después de arreglarlo todo y darle aquella píldora que detendría su corazón por varias horas, supe que no había marcha atrás. Mientras todos estaban en el funeral, escapé, espero que no sospechen de nada. Al final, todos salimos ganando; sobre todo, mi “otro yo”, que ahora tiene una vida en la mansión.

Me siento a gusto. No me arrepiento de nada, aunque vivo lejos de mi hermano. Soy más feliz aquí que en aquel costal de tristes recuerdos al solía llamar hogar. 




Por: Gonzalo Silva y Gustavo Larrea

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