viernes, 27 de septiembre de 2013

Era una mañana de invierno, hacía más frio de lo normal y las ventanas de la casa se golpeaban por el viento; produciendo un sonido fuerte e irritante. El hombre se miró al espejo y se arregló un poco el cabello. Caminó  hasta la puerta y la abrió. Subió a su auto que estaba justo enfrente de la puerta y lo encendió. Era un carro de color negro antiguo de dos filas, la pintura estaba decolorada y un poco quiñada. Se abrochó el cinturón rápidamente y encendió la radio. El locutor tenía una voz ronca y monótona, por lo que el hombre decidió apagarla. Manejó unos pocos minutos puesto que solo fueron un par de cuadras. Estacionó el auto, se puso unas gafas de sol y salió en dirección a un bar que se encontraba a unos metros.
Entró al bar y se sentó  en una silla alta cerca al barman. Pidió una bebida fuerte y miró a su alrededor de reojo. No había nada fuera de lo común, solo clientes habituales. Cuando recibió la bebida cogió una pajilla y la puso en el vaso. Tomó un sorbo y sintió el alcohol raspándole la garganta, paró un momento, respiró y siguió tomando. Tardó muy poco en acabársela por lo que pidió otra más. Repitió el proceso de degustación con la pajilla, tomó la bebida hasta la última gota y eructó. La persona a su lado lo miró con extrañeza. El hombre lo ignoró y pagó la cuenta.
Salió del bar y caminó hasta un vendedor ambulante, le pidió una cajetilla de cigarros, encendió uno y se fue de vuelta al automóvil. Mientras caminaba miraba los árboles del jardín de enfrente y fue entonces que recordó su niñez. Este recuerdo no duró mucho puesto que llegó a su carro en cuestión de segundos.
Entró al auto y tiró el cigarrillo usado por la ventana. Encendió el motor y partió. Él sabía lo que tenía que hacer y lo que eso le podía costar. Él sabía también que no podía dar un paso atrás; ya había hecho el trato. Manejó con dificultad y esforzando la vista, debido a que el alcohol le estaba afectando. Encendió la radio y cambió la estación porque supo que el viaje sería largo. A medida que avanzaba el camino se hacía menos transitado y daba cierto escalofrío. Tardó una hora aproximadamente en llegar al lugar.
Bajó del auto y saludó a otro hombre de cabello rubio vestido como él. Estaban en un vecindario millonario para lograr su cometido el hombre rubio le dio una pistola al otro y le ordenó que le siga. Querían entrar a la mansión del frente, propiedad de un famoso empresario inglés y su familia. Los dos hombres caminaron hasta la puerta trasera y se quedaron mirando. Uno de ellos le recordó al otro el plan; robar el dinero de la caja fuerte y deshacerse de lo que se les cruce en el camino. El hombre medio borracho trepó la cerca y cargó su arma. Entró por la puerta falsa y le siguió el más ágil. Se dividieron para que uno explore el piso de abajo y el otro el piso de arriba. En el piso de abajo no había nadie por lo que el que estaba allí, el hombre de cabello claro, subió para acelerar la búsqueda; el otro, mientras tanto, entró a una gran habitación amoblada delicadamente. Se apreciaba una gran cama, alfombras costosas y un gran tocador lleno de perfumes y joyas. Caminó unos pasos y vio a una mujer joven vestida elegantemente buscando ropa en el armario. El hombre se paralizó y la mujer al notar la presencia de alguien más se dio media vuelta y al ver que era una persona armada gritó con todas sus fuerzas. Lo siguiente que se escuchó fue un disparo que dejó el cuerpo inerte de la mujer tirado en una alfombra blanca  teñida con la sangre. El ruido llamó la atención del otro ladrón, que vino corriendo desde la otra habitación. Este caminó hasta el armario y empezó a enrollar el cuerpo sin vida con la alfombra, le ordenó al otro que lo ayudara para pensar en algo. Ya envuelto el cadáver, lo cubrieron con una bolsa negra de basura que habían llevado para cargar el dinero. Cargaron el saco listo hasta la puerta, bajaron las escaleras con mucho cuidado y salieron de la casa. Aún llevando la muerta en brazos, se dirigieron hacia el auto y la metieron en la maletera. Subieron al vehículo y arrancaron rápidamente. El dueño del auto manejaba aún estando un poco ebrio. El otro le dijo que podían parar a unas cuadras. Estaban realmente nerviosos, a pesar de que no se les veía en la cara. Y así fue, habiendo pasado unas cuadras, pararon el auto. Era un lugar totalmente vacío, sin duda un lugar aceptable para esconder el cuerpo.
Bajaron del auto y abrieron la maletera. Cada uno cogió un extremo del saco y lo bajaron. Lo pusieron en el suelo y mientras que uno buscaba una pala en el auto el otro se aseguraba de que nadie los viera. Para la mala suerte de los dos, no hubo pala alguna dentro del vehículo. El hombre rubio lanzó una maldición y golpeó su puño contra el vidrio del auto. No había otra opción que cavar con sus propias manos. Se agacharon, disponiéndose a empezar con el trabajo, se remangaron las camisas y enterraron sus manos en el suelo. La tierra estaba casi lodosa; había estado lloviendo horas antes. Esto hizo, en parte, que cavar sea más fácil. Aún así, esto no fue de mucha ayuda. Metían y enterraban las manos con fuerza sacando puñados de tierra y sudaban por todas las veces que tenían que repetir la acción para sacar una cantidad considerable. Se cansaron y decidieron descansar un rato. Entraron al auto y encendieron la radio en una estación de música. Trataron de dormir pero no pudieron. Bajaron y volvieron a lo que estaban haciendo. Cavaron y cavaron y les dolían los brazos. El hoyo ya era de un tamaño significativo. Trataron de meter a la víctima. Esta no terminaba de caber, así que sacaron más tierra para que entre. Ya entraba el cuerpo así que lo empezaron a cubrir con la tierra que habían sacado. Fue fácil ya que era sólo mover la tierra y ponerla encima. Terminaron en poco tiempo, se limpiaron el sudor de la frente y sacudieron sus ropas. Se pararon y dieron un último vistazo al lugar, subieron al auto y partieron, uno de ellos pensó que quizá alguien encontraría el cuerpo, pero después se dio cuenta de que lo más probable era que no pase. Sonrió y encendió la radio. No se dijo otra palabra en el resto del camino de vuelta al bar.

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