- - ¡Adiós! ¡Diviértanse!
- - Chau hija, cuida la casa y no te olvides de
tomar tus pastillas, ya son casi las siete.
Eugenia obedeció a sus padres. Se
dirigió a la cocina, sirvió un vaso de agua y la bebió junto a su medicamento. Refunfuñó,
las odiaba. Estaba muy cansada, había sido un día agotador. Fue a su
habitación, cogió su iPod y sus audífonos. Se los puso y después de revisar el
amplio repertorio musical, escogió la de siempre, esa, la canción de las siete.
La única canción que la hacía sentir bien. La escuchó una y otra vez durante
todo el tiempo que estuvo descansando. Ya eran casi las once de la noche y
Eugenia no tenía planeado levantarse de su cama pero el hambre la venció. Se
paró y fue hacia al habitación de sus padres para preguntarles si podían pedir
una pizza. Sabía que su mamá no se negaría pues últimamente sus antojos habían aumentado.
La chica, se tomó con la sorpresa que sus padres aún no habían regresado.
- - Qué raro.-dijo para ella misma.
Sabía que, debido a las
condiciones de su madre, no podían estar tanto tiempo afuera ya que se cansaba
muy rápido al caminar. Tratando de no
preocuparse, cogió una fruta de la cocina y regresó a su habitación para
retomar lo que estaba haciendo antes. Sin embargo, esta vez su acción se vio
interrumpida por agudas risitas y pequeños pasitos que no sonaban muy lejanos.
Extrañada, Eugenia se quitó los audífonos casi como un reflejo. La habitación
quedó en silencio, ella no podía escuchar ni su propia respiración.
Tranquilizándose a ella misma, trató de ignorar lo anteriormente sucedido y se
puso de nuevo sus audífonos. Su nerviosismo creció cuando se percató de que la
música no sonaba más. Desesperadamente, tratando de evadir ese presentimiento
de angustia que comenzaba a presionar su pecho, buscó la canción nuevamente.
Casi suelta un grito cuando la encontró, y no solo a esa, su lista de canciones
estaba en blanco. Sus manos comenzaron a temblar, lo que ocasionó que su iPod cayera
al suelo. Respiró hondo y se agachó a recogerlo. De pronto, puso ver como dos
seres no identificados de color negro pasaron rápidamente casi rozando sus
manos. Tratando de seguirlos con la mirada, vio cómo se detenían en la esquina opuesta a donde ella se encontraba.
No pudo observarlos completamente debido a que en un pestañeo, ya no se
encontraban ahí, habían desaparecido. Vagamente solo pudo notar que tenían un
rostro horroroso con apariencia de anciano, cabellos y barbas blancas. Vio como
salieron velozmente de su habitación y Eugenia, petrificada, tardó unos minutos
en reaccionar. El miedo la consumía, no tenía idea de quienes eran esos seres
no por qué estaban ahí volviendo a la realidad, corrió hacia el teléfono y
antes de marcar el número de sus padres, una llamada impertinente se lo
impidió.
- -¿Hola? ¿Eugenia? Hemos tenido un accidente, yo
estoy bien pero tu madre… Ahorita está en cirugía, dicen que hay mucho riesgo
de que pierda a los bebés. Todo es mi culpa… Soy un asesino… No pude ver que
venía un gran camión… Soy un imbécil...- decía casi sin que se le pueda
entender el desesperado padre de Eugenia.
Ella, no podía creer lo que
escuchaba. Necesitaba tiempo para procesar la información. Le tomaron tan solo
unos minutos para relacionar lo anteriormente sucedido y la espantosa noticia
que le había dado su padre. Rápidamente, fue hacia su habitación y como en un
rayo, después de cerrar la puerta, entró al buscador en internet y comenzó a
tipear con cierto temor… D…U…E... De pronto, todo se apagó, la computadora, las
luces, todo. Eugenia, debido a la impresión, colapsó. Quedó tendida sobre el
suelo en medio de la oscuridad.
Los párpados le pasaban tanto
como el resto de su cuerpo. Reconoció el lugar al instante. Estaba en una
habitación de hospital, su habitación, la 222.
- - ¿Mamá? ¡Mamá! ¿Y tu barriga? ¿Qué sucedió? ¿Y
los bebés?
- -Mi amor, ¿de qué hablas?
- -¡Mis hermanos! Mis hermanitos…
- -Hija, no de nuevo. Ya te he dicho que lo tienes
que superar. Eres hija única. Tu padre y yo ya no podemos tener hijos… Por eso
necesitamos que te recuperes y colabores con los doctores para que puedas
volver por fin a casa… Te extrañamos tanto…
- -¡Eres una mentirosa! ¿Qué le hicieron a mis
hermanos?
- -Mi amor… Tienes que superarlo, aquel accidente
sucedió hace mucho tiempo…
PPor: Alvaro Larrea y Paulina Gómez
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